LANZA
QUE BIFURCA
Héctor Cano Cáceres |
Por Fidel Mendoza Paredes
Leer las crónicas de Héctor Cano,
resulta una empresa agradable, que nos lleva a navegar por el inmenso
mundo de la literatura recreativa. Nos sugiere la reencarnación del costumbrismo fustigante de prosa
apicarada, que se enciende como una tea en
períodos desconcertantes de la modernidad. Sus páginas tienen
personajes sofocados por el
existencialismo de Albert Camus, que discurren sin contrición por las crónicas, sometidos peregrinamente a
la Técnica del Ojo Inmóvil, en la generalidad de la obra. Son crónicas periodísticas, escritos por un ilustrado, que sabe dirigir
las letrillas del arte risueño. Su contenido
tiene la capacidad de desequilibrar emocionalmente a los más serios
lectores.
“Testimonio”
Crónicas Periodísticas, es una anatomía erigida, sobre hechos que ocurrieron
en el ajustado orbe que habitamos los mortales. El cronista, observa los
hechos, luego los acopia con pinzas y
exhibe como si se tratara de ceramios finamente alisados. Dietarios, que
contienen temas cotidianos en el que se involucran, desde el mas bizantino
elemento, hasta los mas transcendentales
sucesos de los últimos tiempos.
Fundamentalmente se torna en regionalista, porque es allí donde
encuentra su esencia. Esto nos hace pensar en su estilo peculiar, que lo
convierte en prolijo productor de nuestra época. Si se trata de proponer el
humor en la narrativa de los últimos años, Héctor Cano, es el indicado. Maneja
perfectamente el arte de retratar la realidad, sabe construir rostros de
personajes como si los estuviera
pintando con pinceles. El talento en su
pluma es una inversión de una permanente imaginación, para convertirse en un
incomodo aguafiestas para los políticos, y personajes públicos, que nunca han
acreditado la verdadera dimensión de sus actos,
ni respondido a la
humanidad. Sin embargo, Héctor Cano, es
el dedo que hace estallar el forúnculo
de las conciencias. La línea de fuego con una superficie minado con el
dinamismo y riqueza de verbos, por el
que atraviesan personajes importantes. Un francotirador
apostado en la trinchera de todo los días. Un incurable observador.
“Testimonio” Crónicas Periodísticas, es un libro exquisito en humor, con un
carácter risueño y agudo; festivamente irónico. Es la verdadera dimensión del
autor, que sabe describir los acontecimientos
en la vida de los hombres, también así lo hizo Nicolás Yerovi, que
finamente nos enseñó administrar el acabado a los giros populares. La conducta
de Héctor Cano, se torna en Psicológica y humana, un testimonio nítido de la época.
Aquella prueba que da fe y estampa su rúbrica en el dorso de la realidad. La lanza que abre camino a la razón
firmemente sostenida en la mano. “No es una Novela, cuento o algo por el
estilo; es simplemente, un legajo de crónicas periodísticas sugestivas y llenas
de humor”, así lo sostiene el autor.
Su contenido discurre con un lenguaje diáfano, que despierta
interés, cautiva, involucra, se torna digerible. Tiene un ingrediente especial
que permite que el nudo de las crónicas, tengan desenlaces importantes,
profundamente vinculantes a los sucesos periodísticos.
El ejercicio del periodismo escrito, en el que se involucra el
trabajo literario, tiene efectos altamente significativos. Octavio Paz,
alega “el ácido que disuelve la
oposición es la crítica”, esa es la postura de la obra. La barrera
a los trances personales, que muchas veces se consuman en arcanos, inclusive en absurdos, protagonizados por visibles hombres de la
comunidad.
La obra posee una fisiología, que tiene la autoridad de sumergirse
en los anaqueles de las bibliotecas mas conservadoras y exigentes, para
cristianizarse en material de lectura diaria o para recordar un hecho, que fue
agudamente reportado por Héctor Cano.
Ahora mismo empecemos a disfrutarlo, junto con el primer sorbo de una
taza de café.
FE Y PAGANISMO
Autor: Héctor Cano Cáceres
A propósito de la Feria de Nuestra Señora de las Mercedes, lo que sucede el 24 de Setiembre y los posteriores días en la ciudad de Juliaca, nos trae a la memoria algunos pasajes de la Historia Universal. En tiempos de Roma, cuando el Imperio estaba camino al descalabro, se solían suceder estos episodios y cuya secuela dura aún en algunos lugares del planeta.
La Virgen de las
Mercedes debe estar resentida por tanto desenfreno y libertinaje y que, en su
santo honor, hacen algunos feligreses, so pretexto de su fe católica,
apostólica y juliaqueña, trastocando las
reglas de la mesura y algunas de las buenas virtudes de los mercedarios de
corazón.
El asunto empieza
el día 24 de setiembre, muy temprano, cuando los distribuidores de bebidas
espirituosas, refrescos, gaseosas y comidas, inician una loca carrera para armar toldos y kioscos vistosos, con la
finalidad de hacer un «negocio» suculento, aprovechando estas fiestas
pagano-religiosas. Los cerveceros previamente, trazan toda una estrategia, para
llenar de dinero los bolsillos traseros y delanteros.
A las ocho antes
del meridiano, la Plaza Bolognesi, está repleta de toldos y kioscos
multicolores; las aceras, jardines, la copa de los árboles, bancas, el atrio de
la Iglesia Matriz, la frentera de la estación del ferrocarril; es decir todo
espacio vacío y que pudiera aprovecharse, se satura de bebidas, letrinas,
urinarios públicos, vomitorios, rings de bailes, rincones del amor, etc.
La bacanal
comienza a golpe de diez de la mañana, con una infernal bulla, producto de más
de diez bandas de músicos, que tocan cada cual su melodía y a su propio estilo.
La cantidad de bebedores, bailarines, comerciantes, etc. hace que las damas que
comercializan artículos de lana y artesanías, guarden mercaderías y se larguen
a sus casas; el tránsito vehicular tiene que ser desviado. Hasta las humildes
palomitas y pajarracos que habitan en los árboles de esa pintoresca plaza,
emigren para buscar tranquilidad.
A las doce del día, nadie sabe qué
terreno pisa. Hay diversas marcas de cerveza: Arequipeña, Cuzqueña, Taquiña,
Paceña, Cristal, Pilsen, y por su puesto, los «tragos» fabricados en Juliaca,
la ciudad comercial por excelencia: Coco mil, Sable de Satanás, Cañonazo Extra,
Fogonazo Diabólico, Palo de Satanás, Lucifer, Puro de Caña, Cien Fuegos,
Rómpete el Alma, Puro de ICA, Vino, de los viñedos de Caracoto, etc.
Nadie puede
imaginar la cantidad de soles que allí se gasta o malgasta, para hablar con
propiedad, en esta fiesta, en honor a Nuestra Señora de las Mercedes, en
una época de «dura crisis», recesión, desempleo, etc.
Bailan y comen
en cantidades espectaculares, al más puro estilo romano. La vistosa Plaza
Bolognesi se convierte en un campo de acción, donde dan rienda suelta a la francachela con toda impetuosidad, luego
usan los vomitorios, letrinas, urinarios improvisados que están ubicados en las
puertas de los establecimientos, en el gras y en las pistas de las calles
adyacentes. A las seis de la tarde, esto es un infierno; los varones, unos
miccionan sentados y algunas damas lo hacen paradas como las llamas.
Las
anticucheras, parrilleras, poncheras, hacen su agosto en estas fiestas y dejan pasmados a más de un visitante o
foráneo que llega a estas tierras, tentado por el prestigio de la Feria Internacional de la Virgen de las Mercedes.
El despilfarro de dinero demuestra que esas teorías de la pobreza, crisis
económica, etc. son pamplinas y por el
contrario, da la idea que se viviera una época de esplendor y opulencia.
Otro
espectáculo promueven los delincuentes llegados de los cuatro puntos cardinales
del Perú: carteristas, chaveteros, homosexuales, prostitutas; quienes bailan a
más no poder confundidos con los fiesteros. El trabajo de los antisociales da
como resultado que muchos parroquianos se vean asaltados, chaveteados o
encalatados. A las diez de la noche nadie está en su sano juicio; unos duermen
plácidamente la mona en el gras, algunos están en calzoncillos, luego de haber
sufrido atracos. Unas damas bailan como poseídas por el demonio. Había una
muchacha con mini pollera, danzaba como si de pronto le hubiese dado un ataque
de epilepsia en los traseros. Al día
siguiente, todos están tranquilos como el agua de pozo o como «lechugas»,
frescos y campantes, listos a repetir la faena con más ganas e ímpetu que el día
anterior.
¿Será producto de la vanidad humana?
¿Habrá algún resquicio de moralidad en aquellos que promueven estas bacanales?
¿Será posible que la otra faceta de este Perú, desgarrado por la pobreza y la
miseria, muestre como paradoja estos espectáculos desenfrenados? ¿Será,
finalmente, una fe sana, libre de toda intencionalidad egoísta, conforme a los
principios cristianos? No lo sabemos...
EL DELITO DE ORINAR
Autor : Héctor Cano Cáceres
El asunto que voy a narrar
sucedió en la ciudad de Juliaca, el 16 de noviembre del año de 1994. Por los
ribetes que tuvo el hecho de sangre, levantó la repulsa y la imaginación. Un
hombre joven, humilde, había perdido la vida por la osadía de miccionar en las
llantas de un camión, cuyo dueño no soportó la afrenta y simplemente lo mató.
Uno puede orinarse de miedo. Puede
orinarse en la «noticia» o puede miccionar borracho en una esquina cualquiera.
Los perros se orinan en los troncos y levantando una de las patas traseras.
Algunos se orinan en la Plaza de Armas; otros lo hacen, sin ningún pudor, en una esquina, un parque. En
fin todos orinan, mejor, orinamos.
Pero nunca se ha escuchado o al
menos se ha registrado en la historia de los crímenes, que por miccionar en las
llantas del camión de un adinerado,
podría ser barrido a patadas y puñetes, para finalmente recibir el golpe de
gracia, con un fierro en la nuca.Este caso es único en los anales de las noticias increíbles y que posiblemente ha recorrido los corrillos de la opinión pública de la región y el país, recogiendo la protesta airada del pueblo que no salía de su asombro por esta actitud criminal y que en Juliaca parece convertirse en un suceso cotidiano, por que tal vez se piensa que el dinero es arma poderosa, para comprar y alquilar corruptos protectores del Estado de Derecho y finalmente quitarle la vida a quien se cruza en el agreste camino de los ricachones.
Lo cierto es que en la esquina
Tupac Amaru con Lambayeque, en la parte
este de la ciudad «calcetera», justo en
la frentera de una mole de cemento, de esos que abundan en Juliaca y que por esa chispa criolla que tenemos los
peruanos en la fibra, a los dueños les dicen «burros con herrajes de plata»; un
humilde ciudadano, tuvo la intrepidez de mojar con su orín, las llantas de un
camión que allí estacionaba y que era de propiedad del dueño de la mole de
cemento. A cambio recibió una paliza que lo despachó al otro mundo en medio del
clamor del vecindario y la repulsa de quienes pasaban por ese lugar. El crimen
fue cometido con una serie de agravantes.
Este
salvajismo propio de un troglodita, indigno de un ser humano civilizado, por
más dinero que tenga, demuestra el grado de intolerancia y el afán violentista
de las gentes, tal vez como producto de
una etapa de guerra sucia vivida en los últimos años en el Perú.
Evidentemente que nadie podrá
pagar la vida del humilde ciudadano, que por miccionar, fue muerto a patadas y
puñetes, para luego recibir el golpe de gracia con un fierro en la nuca a plena
luz del día, cuando todos los mortales desarrollan sus cotidianas actividades.
Miccionar en las llantas de un
vehículo, que estaba parqueado frente a una mole de cemento sin vida y sin
espíritu, le costó caro al ciudadano. Actitud propia de elementos que llevan en
la médula, el virus de la delincuencia.
Pero, es posible que haya
dinero, en el dueño del camión, para “orinarse” en los jueces o en la policía;
es posible también, que toda la parentela del matarife se orine en la noticia,
porque el poder del dinero es contundente en este país. El mono baila por un
sol, en el Perú las autoridades, muchos de ellos, bailan por mucho menos. Por eso, dudamos que la justicia llegue.
Tejerán mil triquiñuelas, especularán fantasías y dirán que finalmente era un
ladrón que estaba desarmando las llantas del camión; en fin, hay mil
subterfugios para ganar un proceso judicial.
Primitivos esperpentos que
hacen justicia con sus manos, en una sociedad desquiciada por el subdesarrollo
cultural, no debe causarnos ningún prurito de sorpresa; mañana, otro humilde
ciudadano, es posible que muera a punta de golpes por escupir en el suelo.