El Yatiri José Luis Ayala, Fidel Mendoza y el histórico dirigente campesino Saturnino Corimayhua |
Al leer un texto tan doloroso
como es el Informe de la Comisión de la Verdad, es posible entender en parte lo
que ocurrió en el Perú durante el tiempo llamado: “Los años de la muerte
violencia y el terror”. Se trata de un documento conmovedor, desgarrador,
estremecedor porque de hecho causa en el lector un profundo dolor, una infinita
indignación, que queda grabada para siempre en la memoria. Es que asevera que
miles de peruanos murieron de la forma más cruel. Por lo tanto, como ser
humano, nos causa vergüenza haber vivido en un mundo tan cruel, despiadado y
violento.
En su gran mayoría las víctimas
fueron humildes campesinos de habla quechua que no entendieron lo que realmente
sucedía. Niños, niñas, jóvenes, hombres y mujeres fueron violentamente
asesinados por las hordas salvajes y criminales de Sendero Luminoso. Asolaron
cabañas, pueblos, caseríos, sembraron terror y muerte en nombre de una falacia,
de una equivocada secta que se propuso hacer volar en pedazos al Perú.
Fueron años horrendos, primero en
el campo, luego se trasladó a la ciudad. Nadie estaba seguro de regresar a su
casa, en cualquier momento podía explotar una bomba o caerle una bala perdida.
Así se fue formando un estado psicológico general que generó una paranoia
depresiva generalizada, un desánimo frente a la agresión permanente, de modo que
cualquier persona creía que moriría en las calles a causa de un ataque
senderista.
La Comisión de la Verdad ha demostrado también que la respuesta de parte del Estado-nación no fue la más humana, racional e inteligente. Se dice eufemísticamente que hubieron excesos pero lo que hubo fueron violaciones a los Derechos Humanos de ambas partes, y una política estatal errada frente al terror. Se trata de un asunto que en gran parte ha sido judicializado y ese proceso está en curso, más aún teniendo en cuenta que las violaciones a los Derechos Humanos no prescriben.
Lo que ha faltado y aún falta es explicar pedagógicamente a las nuevas generaciones los daños que ha dejado a su paso el terror. No se ha desarrollado una discusión ideológica para demostrar que la violencia sólo conduce a la miseria. Esa es una tarea pendiente pero tampoco se toma en cuenta la necesidad de inculcar en las nuevas generaciones la urgencia del análisis, el diálogo y la participación en el proyecto del destino del Perú para hallar puntos comunes para refundar la política, la República y así conseguir una paz social duradera.
Pero, ¿por qué hablar de ese tema precisamente en un prólogo? ¿Qué tiene que ver la historia reciente con una novela? ¿Para qué volver a iniciar el debate en un tema tan doloroso? ¿Qué tienen que ver los novelistas con la realidad y la historia? ¿Por qué los escritores reinventan la realidad para narrarnos hechos tan crueles? ¿En qué medida contribuyen los novelistas para que no nos olvidemos de los años del terror y la muerte violenta? La respuesta es la siguiente: sucede que el tema de Te esperaré en el cielo, es precisamente ese conjunto de hechos que han quedado impresos en la conciencia del novelista Fidel Mendoza, y ahora recrea esa época con extraordinaria calidad literaria.
En efecto, Te esperaré en el cielo está narrada en primera persona. El personaje central, llamado Santiago, es un joven que vive en un pueblo pequeño andino; lee lo mejor de la literatura latinoamericana y tañe sus zampoñas por convicción y vocación. De pronto tiene que huir de la leva y el acoso de los terroristas. Los hechos se precipitan y se suceden con tal violencia que, repentinamente, su pueblo se ve envuelto entre dos fuegos. La muerte acecha entonces por todos los caminos, calles, plazas, entra a las casas y pregunta por las autoridades del pueblo.
Un acierto y novedad es, sin duda, la respuesta mágica y cosmogónica de la comunidad andina frente a la irracional violencia del terrorismo. Las mujeres creen que se trata de kharisiris, es decir, de seres míticos que pueblan la cosmovisión y extraen sebo de sus víctimas para negociarlo en el mercado externo. El hecho del despellejamiento de las ovejas, los gusanos que comen carne, los niños alimentándose de insectos, los comuneros que encuentran las ollas de los kharisiris, es realmente magistral y es en ese momento que la novela alcanza la más alta cumbre narrativa.
En un mundo convulsionado y confuso para los comuneros, la sicología de Starky, aparece extraordinariamente presentada y descrita porque representa la respuesta violenta a otra inexplicable violencia. Gilma surge para darle sentido a la vida de Santiago. La irrupción del Niño San Salvador completa la visión que quiere darnos el novelista. En otras palabras, están presentes: violencia, cosmovisión y religiosidad. Es sobre esos ejes que Fidel Mendoza construye y reconstruye un mundo que no pudo ser destruido por la banda de quienes llegaron a la escuela en bicicletas, y amenazaron a quienes ensayaban sus melodías para una fiesta del Niño San Salvador.
Pero el mayor acierto de Te
esperaré en el cielo radica en la capacidad de invención de una realidad
literaria. Tiene mucho que ver con la historia, la sicología de un pueblo
andino, la memoria atávica y la antropología como métodos para conocer mejor
las relaciones de los seres humanos en un universo animista. La novela es,
entonces, un mural en el que aparecen todas las fuerzas racionales,
irracionales, metafísicas, cósmicas, cosmogónicas y atávicas en un momento de
extrema violencia. Cada quien tiene una respuesta en vista de que el Estado ha
sido jaqueado por una columna de gente extraña a la comunidad; lo único que
busca es destruir no sólo a los habitantes, sino sus casas y al pueblo.
Fidel Mendoza se sitúa así como un gran novelista que inicia la narrativa de los años de la muerte violenta e irracional. El campo semántico de la novela revela a un escritor debidamente formado, capaz de escribir en lo sucesivo otras novelas de mayor aliento. Está dotado para ocupar el espacio dejado por Ciro Alegría y José María Arguedas, tiene además una vocación innata; lo que tiene que hacer es cuidarse de las circunstancias de la vida y no permitir que lo ahoguen los trabajos cotidianos para vivir y después recién escribir.
Ahora bien, el tema del terrorismo desarrollado por uno y otro lado, siempre será un motivo literario, se escribirá desde distintos puntos de vista. N o es, sin embargo, un tema exclusivamente para novela. Pero esta clase de libros sirven para reflexionar, para no olvidar nunca lo sucedido, para demostrar y enseñarles a las generaciones a pensar, a leer la realidad nacional y plantear nuevos esquemas para abolir la miseria y el dolor humano. Los jóvenes tienen que cultivar la memoria para edificar una sociedad justa, democrática y sin violencia.
Te esperaré en el cielo debe ser también una novela que sirva para que el Estado mantenga una permanente atención a los pueblos más pobres y alejados. Tiene necesariamente que erradicar la pobreza y dotar a las comunidades andinas de las mínimas comodidades para una vida digna. Está en el deber de no sólo reparar a las víctimas de la violencia y sancionar a los culpables sino, sobre todo, de replantear el esquema económico que sólo ha generado un mayor desencanto social.
En fin, como se puede apreciar, la novela permite desarrollar una serie de ideas a propósito de su contenido. Es por esa razón que bien se puede afirmar que logra el propósito de inducir a releer la realidad social, para que nunca más regresen los días en que repentinamente empezó a atardecer siendo aún mediodía. Fueron años llenos de sangre, dolor y destrucción de seres humanos. El novelista Fidel Mendoza, nos hace voltear la mirada y nos compromete a edificar un mundo en que sea posible el ejercicio de los Derechos Humanos.
Ojalá así sea, ojalá escuchen su
voz que viene desde el fondo de la cordillera, su voz que es a la vez todas las
voces de millones de seres humanos abolidos por un sistema injusto. Es que la
literatura también puede contribuir a descubrir un mundo horrendo, donde aún
así, el amor y la ternura se dan en su plenitud, debido a seres humanos con una
visión cosmogónica porque creen que la muerte permite aseverar que todo cambia.
Es un universo en el que una persona tienes tres almas. La primera regresa a
morar a la casa al año, es cuando se le hace una misa. La segunda, después de
dos años, se va a morar por toda la eternidad entre los Apus. La tercera se
transforma en agua, tierra, aire, fuego; con los años es polvo de estrellas en
permanente rotación.
Lima, agosto del año 2005.
José Luis Ayala.