Juliaca, ciudad que ruge desde la profundidad de las oquedades de una zampoña. Tierra fundada por gentiles hombres que llegaron remando astrales balsas, surcaron desde planetas que giran en la copa de los Qollis.
Tu nombre magnetiza al poderoso viento que corre incasablemente en las púrpuras venas de América. Creciste como el bíceps de la blanca cordillera, y ahora tus hijos ondean banderas desde la cima de los arco iris en las frígidas madrugadas, buscando destellos de luz que nacen en el azul espejo del Titicaca.
Tu historia germinó en los andenes del Espinal, y floreció cubriendo el cielo con airampos, y ahora las salvias cantan tu grandeza en aromáticos romances del 24 de octubre.
Desde el añil de tu labios se escucha en estruendo el quejido de los Toqoros, que danzan persiguiendo estrellas que cruzan el fondo de tus ojos. La luz del Sol se convierte en el candelabro que ilumina los caminos pétreos, que se bifurcan en el horizonte poblado de cósmicos hombres de arcilla.
Viento que esculpe el rostro de bravos kollas, que parecen despertar en los campos de batalla después de cientos de años. Fieros guerreros resistieron y defendieron las murallas de tu raza galáctica.
Ombligo de raíces que crecen tejiendo la placenta de la madre Pachamama. Juliaca, laboriosa mano que lava en el río los colores del cielo y cura suavemente a los mártires del cuatro de noviembre, que cayeron defendiendo la dignidad y la estructura del pan.
Hombres y mujeres vestidos de hierbabuena, construyen en temeraria arquitectura nuevas comarcas en las profundas cavernas del corazón, desde allí emergen las kantutas de carnaval.
Estandarte azul que conquista los ojos del tiempo y corre de puntillas atravesando la transparencia de los días.
Juliaca, rueca que gira alrededor sol.
*Premio Nacional de Cuento.