viernes, 15 de agosto de 2014

CRÓNICAS DE HECTOR CANO CACERES

LANZA QUE BIFURCA
Héctor Cano Cáceres
Por Fidel Mendoza Paredes
Leer las crónicas de Héctor Cano,  resulta una empresa agradable, que nos lleva a navegar por el inmenso mundo de la literatura recreativa. Nos sugiere la reencarnación  del costumbrismo fustigante de prosa apicarada, que se enciende como una tea en  períodos desconcertantes de la modernidad. Sus páginas tienen personajes  sofocados por el existencialismo de Albert Camus, que discurren sin contrición  por las crónicas, sometidos peregrinamente a la Técnica del Ojo Inmóvil, en la generalidad de la obra. Son crónicas  periodísticas,  escritos por un ilustrado, que sabe dirigir las letrillas del arte risueño. Su contenido  tiene la capacidad de desequilibrar emocionalmente a los más serios lectores.
“Testimonio” Crónicas Periodísticas, es una anatomía erigida, sobre hechos que  ocurrieron  en el ajustado orbe que habitamos los mortales. El cronista, observa los hechos, luego los acopia con pinzas y   exhibe como si se tratara de ceramios finamente alisados. Dietarios, que contienen temas cotidianos en el que se involucran, desde el mas bizantino elemento, hasta los mas  transcendentales sucesos de los últimos  tiempos.
Fundamentalmente se torna en regionalista, porque es allí donde encuentra su esencia. Esto nos hace pensar en su estilo peculiar, que lo convierte en prolijo productor de nuestra época. Si se trata de proponer el humor en la narrativa de los últimos años, Héctor Cano, es el indicado. Maneja perfectamente el arte de retratar la realidad, sabe construir rostros de personajes como si los  estuviera pintando con pinceles.  El talento en su pluma es una inversión de una permanente imaginación, para convertirse en un incomodo aguafiestas para los políticos, y personajes públicos, que nunca han acreditado la verdadera dimensión de sus actos,  ni respondido a  la humanidad.  Sin embargo, Héctor Cano, es el dedo que hace estallar el forúnculo  de las conciencias. La línea de fuego con una superficie minado con el dinamismo y riqueza de  verbos, por el que  atraviesan  personajes importantes. Un francotirador apostado en la trinchera de todo los días. Un incurable observador.
“Testimonio” Crónicas Periodísticas,  es un libro exquisito en humor, con un carácter risueño y agudo; festivamente irónico. Es la verdadera dimensión del autor, que sabe describir los acontecimientos  en la vida de los hombres, también así lo hizo Nicolás Yerovi, que finamente nos enseñó administrar el acabado a los giros populares. La conducta de Héctor Cano, se torna en Psicológica y humana, un testimonio nítido de la época. Aquella prueba que da fe y estampa su rúbrica en el dorso de la realidad.  La lanza que abre camino  a la razón  firmemente sostenida en la mano. “No es una Novela, cuento o algo por el estilo; es simplemente, un legajo de crónicas periodísticas sugestivas y llenas de humor”,  así lo sostiene el   autor.
Su contenido discurre con un lenguaje diáfano, que despierta interés, cautiva, involucra, se torna digerible. Tiene un ingrediente especial que permite que el nudo de las crónicas, tengan desenlaces importantes, profundamente vinculantes a los sucesos periodísticos.
El ejercicio del periodismo escrito, en el que se involucra el trabajo literario, tiene efectos altamente significativos. Octavio Paz, alega  “el ácido que disuelve la oposición es la crítica”, esa es la postura de la obra.  La barrera  a los trances personales, que muchas veces se consuman en   arcanos, inclusive en absurdos,  protagonizados por visibles hombres de la comunidad.
La obra posee una fisiología, que tiene la autoridad de sumergirse en los anaqueles de las bibliotecas mas conservadoras y exigentes, para cristianizarse en material de lectura diaria o para recordar un hecho, que fue agudamente reportado por Héctor Cano.  Ahora mismo empecemos a disfrutarlo, junto con el primer sorbo de una taza de café.

FE Y PAGANISMO

Autor: Héctor Cano Cáceres

A propósito de la Feria de Nuestra Señora de las Mercedes, lo que sucede el 24 de Setiembre y los posteriores días en la ciudad de Juliaca, nos trae a la memoria algunos pasajes de la Historia Universal. En tiempos de Roma, cuando el Imperio estaba camino al descalabro, se solían suceder estos episodios y cuya secuela dura aún en algunos lugares del planeta.
 La Virgen de las Mercedes debe estar resentida por tanto desenfreno y libertinaje y que, en su santo honor, hacen algunos feligreses, so pretexto de su fe católica, apostólica y juliaqueña,  trastocando las reglas de la mesura y algunas de las buenas virtudes de los mercedarios de corazón.
El asunto empieza el día 24 de setiembre, muy temprano, cuando los distribuidores de bebidas espirituosas, refrescos, gaseosas y comidas, inician una loca carrera  para armar toldos y kioscos vistosos, con la finalidad de hacer un «negocio» suculento, aprovechando estas fiestas pagano-religiosas. Los cerveceros previamente, trazan toda una estrategia, para llenar de dinero los bolsillos traseros y delanteros.
 A las ocho antes del meridiano, la Plaza Bolognesi, está repleta de toldos y kioscos multicolores; las aceras, jardines, la copa de los árboles, bancas, el atrio de la Iglesia Matriz, la frentera de la estación del ferrocarril; es decir todo espacio vacío y que pudiera aprovecharse, se satura de bebidas, letrinas, urinarios públicos, vomitorios, rings de bailes, rincones del amor, etc.
La bacanal comienza a golpe de diez de la mañana, con una infernal bulla, producto de más de diez bandas de músicos, que tocan cada cual su melodía y a su propio estilo. La cantidad de bebedores, bailarines, comerciantes, etc. hace que las damas que comercializan artículos de lana y artesanías, guarden mercaderías y se larguen a sus casas; el tránsito vehicular tiene que ser desviado. Hasta las humildes palomitas y pajarracos que habitan en los árboles de esa pintoresca plaza, emigren para buscar tranquilidad.
A las doce del día, nadie sabe qué terreno pisa. Hay diversas marcas de cerveza: Arequipeña, Cuzqueña, Taquiña, Paceña, Cristal, Pilsen, y por su puesto, los «tragos» fabricados en Juliaca, la ciudad comercial por excelencia: Coco mil, Sable de Satanás, Cañonazo Extra, Fogonazo Diabólico, Palo de Satanás, Lucifer, Puro de Caña, Cien Fuegos, Rómpete el Alma, Puro de ICA, Vino, de los viñedos de Caracoto,  etc.
Nadie puede imaginar la cantidad de soles que allí se gasta o malgasta, para hablar con propiedad, en esta fiesta, en honor a Nuestra Señora de las Mercedes, en una  época  de «dura crisis», recesión,  desempleo, etc.
Bailan y comen en cantidades espectaculares, al más puro estilo romano. La vistosa Plaza Bolognesi se convierte en un campo de acción, donde dan rienda suelta  a la francachela con toda impetuosidad, luego usan los vomitorios, letrinas, urinarios improvisados que están ubicados en las puertas de los establecimientos, en el gras y en las pistas de las calles adyacentes. A las seis de la tarde, esto es un infierno; los varones, unos miccionan sentados y algunas damas lo hacen paradas como las llamas.
Las anticucheras, parrilleras, poncheras, hacen su agosto en estas fiestas y  dejan pasmados a más de un visitante o foráneo que llega a estas tierras, tentado por el prestigio de la Feria  Internacional de la Virgen de las Mercedes. El despilfarro de dinero demuestra que esas teorías de la pobreza, crisis económica, etc. son pamplinas y  por el contrario, da la idea que se viviera una época de esplendor y opulencia.
Otro espectáculo promueven los delincuentes llegados de los cuatro puntos cardinales del Perú: carteristas, chaveteros, homosexuales, prostitutas; quienes bailan a más no poder confundidos con los fiesteros. El trabajo de los antisociales da como resultado que muchos parroquianos se vean asaltados, chaveteados o encalatados. A las diez de la noche nadie está en su sano juicio; unos duermen plácidamente la mona en el gras, algunos están en calzoncillos, luego de haber sufrido atracos. Unas damas bailan como poseídas por el demonio. Había una muchacha con mini pollera, danzaba como si de pronto le hubiese dado un ataque de epilepsia en los traseros.    Al día siguiente, todos están tranquilos como el agua de pozo o como «lechugas», frescos y campantes, listos a repetir la faena con más ganas e ímpetu que el día anterior.
¿Será producto de la vanidad humana? ¿Habrá algún resquicio de moralidad en aquellos que promueven estas bacanales? ¿Será posible que la otra faceta de este Perú, desgarrado por la pobreza y la miseria, muestre como paradoja estos espectáculos desenfrenados? ¿Será, finalmente, una fe sana, libre de toda intencionalidad egoísta, conforme a los principios cristianos? No lo sabemos...


EL DELITO DE ORINAR

Autor : Héctor Cano Cáceres

El asunto que voy a narrar sucedió en la ciudad de Juliaca, el 16 de noviembre del año de 1994. Por los ribetes que tuvo el hecho de sangre, levantó la repulsa y la imaginación. Un hombre joven, humilde, había perdido la vida por la osadía de miccionar en las llantas de un camión, cuyo dueño no soportó la afrenta y simplemente lo mató.
Uno puede orinarse de miedo. Puede orinarse en la «noticia» o puede miccionar borracho en una esquina cualquiera. Los perros se orinan en los troncos y levantando una de las patas traseras. Algunos se orinan en la Plaza de Armas; otros lo hacen, sin  ningún pudor, en una esquina, un parque. En fin todos orinan, mejor, orinamos.
Pero nunca se ha escuchado o al menos se ha registrado en la historia de los crímenes, que por miccionar en las llantas del  camión de un adinerado, podría ser barrido a patadas y puñetes, para finalmente recibir el golpe de gracia, con un fierro en la nuca.
Este caso es  único en los anales de las noticias increíbles y que posiblemente ha recorrido los  corrillos de la opinión pública de la región y el país, recogiendo la protesta airada del pueblo que no  salía de su asombro por esta actitud criminal y que en Juliaca parece convertirse en un suceso cotidiano, por que tal vez se piensa que el dinero es arma poderosa, para comprar y alquilar corruptos  protectores del Estado de Derecho y finalmente quitarle la vida a quien se cruza en el agreste camino de los ricachones.
Lo cierto es que en la esquina Tupac Amaru con  Lambayeque, en la parte este de la ciudad   «calcetera», justo en la frentera de una mole de cemento, de esos que abundan en Juliaca  y que por esa chispa criolla que tenemos los peruanos en la fibra, a los dueños les dicen «burros con herrajes de plata»; un humilde ciudadano, tuvo la intrepidez de mojar con su orín, las llantas de un camión que allí estacionaba y que era de propiedad del dueño de la mole de cemento. A cambio recibió una paliza que lo despachó al otro mundo en medio del clamor del vecindario y la repulsa de quienes pasaban por ese lugar. El crimen fue cometido con una serie de agravantes.
Este salvajismo propio de un troglodita, indigno de un ser humano civilizado, por más dinero que tenga, demuestra el grado de intolerancia y el afán violentista de las gentes, tal vez como  producto de una etapa de guerra sucia vivida en los últimos años en el Perú.
Evidentemente que nadie podrá pagar la vida del humilde ciudadano, que por miccionar, fue muerto a patadas y puñetes, para luego recibir el golpe de gracia con un fierro en la nuca a plena luz del día, cuando todos los mortales desarrollan sus cotidianas actividades.
Miccionar en las llantas de un vehículo, que estaba parqueado frente a una mole de cemento sin vida y sin espíritu, le costó caro al ciudadano. Actitud propia de elementos que llevan en la médula, el virus de la delincuencia.
       Pero, es posible que haya dinero, en el dueño del camión, para “orinarse” en los jueces o en la policía; es posible también, que toda la parentela del matarife se orine en la noticia, porque el poder del dinero es contundente en este país. El mono baila por un sol, en el Perú las autoridades, muchos de ellos, bailan  por mucho menos.    Por eso, dudamos que la justicia llegue. Tejerán mil triquiñuelas, especularán fantasías y dirán que finalmente era un ladrón que estaba desarmando las llantas del camión; en fin, hay mil subterfugios para ganar un proceso judicial.
       Primitivos esperpentos que hacen justicia con sus manos, en una sociedad desquiciada por el subdesarrollo cultural, no debe causarnos ningún prurito de sorpresa; mañana, otro humilde ciudadano, es posible que muera a punta de golpes por escupir en el suelo.